Criar a los hijos es trabajo de dos. Sin embargo, son millones los hombres -y si, algunas decenas de mujeres, hay que hacer el apunte para que nadie se ofenda- que eluden esa responsabilidad, ya sea desapareciendo, desentendiéndose de la crianza o forzando con su violencia la huida de la madre con los menores
Escribo este artículo como madre, guardia y custodia de tres menores que quedaron totalmente a mi cargo con uno, cuatro y seis años respectivamente, pero mi caso es extensible a millones de hogares en los que, sin ser por decisión propia, uno de los genitores tira adelante con una labor y una responsabilidad que, cuando la aceptaron, iba ser compartida.
Me uno así a la reclamación, cada vez más extendida, de que se considere como violencia la no participación de los padres en la manutención y crianza de los hijos; una violencia normalizada e invisibilizada que tiene como consecuencia a madres física y emocionalmente agotadas, sobrepasadas en su obligación de proveedora, educadora y cuidadora a tiempo completo. Como recalca Lauri García Dueñas, poeta salvadoreña, madre sola de dos hijos y punta de lanza de esta reclamación «este no era el acuerdo inicial».
Progenitores que no participan en los cuidados de sus hijos y con suerte aportan un pellizco de dinero para apoyar su crianza -de media, menos del 20% de los gastos del hogar-, que se desentienden del día a día o que sencillamente desaparecen por completo, pero que siguen teniendo el derecho legal a entorpecer las decisiones del genitor presente -traslados, asignaturas optativas, vacunaciones…- e incluso son «necesarios» para firmar documentos oficiales. Pongo por ejemplo la imposibilidad de mis hijos de viajar fuera de la Unión Europea al no poder tener pasaporte sin permiso explícito de un padre ausente.
Excluidas también de las ayudas a las madres solteras, ni siquiera los organismos internacionales o nacionales de defensa de los derechos de las mujeres hablan de esta violencia sepultada, mucho menos cuentan con estadísticas de cuáles son y a cuánto ascienden las consecuencias económicas, físicas y psicológicas de que muchas madres nos tengamos que hacer responsables de por vida de un trabajo que en teoría iba a ser de dos.
Sin embargo, el coste de estas paternidades ausentes es alto «a las madres, en general, se nos proscribe tener proyectos personales» matiza Lauri y yo suscribo. Sois fuertes, nos dicen, podéis con todo, como si fuera una opción. Al mismo tiempo, somos también víctimas de la publicidad exigente que bombardea a todas las mujeres «persigue tu sueños» «dedica tiempo a ti misma» «cuidate, siempre perfecta» escuchamos a cada paso y las madres solas contenemos la risa… por no decir otra cosa.
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