Otra vez toros en la antitaurina Asturies

  • 16 agosto, 2021

Notas de historia antitaurina de la mano del Blog «Nes llendes qu’abelluga’l caín» 

«Si ha habido un país a la vanguardia del movimiento antitaurino sería Asturies porque, a los cuatru argumentos esgrimidos por todos los autores citados y otros, añade el hecho de que la tradición taurina es inexistente en la cultura asturiana»

Ha estallado la polémica por la celebración prevista en Cangues d’Onís para el día 22 de una novillada. Con gran entusiasmo por parte el gobierno municipal, destacando la opinión del alcalde, José Manuel González Castro, del Partido Popular, cuando dice que «apoyaremos todo lo que sea legal para promocionar el concejo». No sé muy bien cuál es la idea que tiene este alcalde de lo que es promocionar pero, desde luego,  en la principal de las acepciones del término no entra hacer algo contrario a la cultura propia y menos cuando diriges un concejo que se reclama de excelencia turística. Hay que añadir que es mayoritaria la mala opinión sobre la tauromaquia de la mayoría de los españoles, mayoría también entre los turistas que vienen a Asturies, y no digamos de lo que piensan de ello alemanes, holandeses o ingleses, que alguno andará estos días por la ladera Los Picos d’Europa. El caso es que el concejal de ganadería fue a Madrid a cerrar con llave el asunto con la Fundación Toro de Lidia que trata de implantar en el norte peninsular una tradición inexistente, excepto en el País Vasco, de honda tradición taurina. El caso es que tras matarifes muy machotes, marcando paquete y con modos chulescos, torturarán en público a seis reses de dos o tres años. Por cierto, también sería interesante saber cuál es la política ganadera del PP en Cangues d’Onís para que mande a el concejal del asunto a negociar a Madrid y a conseguir un lugar privado para celebrar la barbaridad.

El gobierno de Asturies, que es el que tiene que dar permisos y mantener el orden y la seguridad durante la celebración, dice estar en contra, pero que no un tiene competencias en la materia, como reconociera la consejera de presidencia, Rita Camblor. Otra vez, como quedó demostrado con la pandemia que padecemos, vemos cómo estamos manteniendo a instituciones de gobierno y a individuos que no valen ni para decidir sobre espectáculos públicos, mostrando su manifiesta inutilidad.

Viene a coincidir la novillada canguesa con la vuelta de las corridas de toros a Xixón, tras un año sin celebrarse por causa la pandemia. También aquí hay munícipes y aficionados que defienden el espectáculo porque aportan renta y favorecen el turismo. La realidad es que lo que saca la administración municipal no da, como aquél que dice, ni para pagar a dos policías apostados en la puerta de la plaza de El Bibio. Y, por otro lado, los toros no son activos para promocionar turísticamente Xixón, teniendo en cuenta que ni siquiera Barcelona ha sufrido merma alguna tras la prohibición decretada hace unos años. Y por lo que respecta a aficionados de fuera que compensen el desinterés de los naturales difícil es defender: tres espectáculos en una plaza de segunda categoría no llama a nadie, teniendo grandes ferias de Madrid o de Sevilla a la misma distancia.

Y es que no es tampoco una razón económica, la falta de apoyo público, la que, como los dicen taurinos, pone en peligro la fiesta. La decadencia de las corridas, desapareciendo seis de cada diez en la última década, viene motivada por el desenganche de la gente, especialmente por la vergüenza que les da a las nuevas generaciones, como señalan las encuestas. La última de ellas hecha por el gobierno central e difundida en 2015 señala que el 90,5 por ciento de de la ciudadanía nunca va a los toros, con un 56,4 completamente hostil y sólo un 24,7 a favor. Comparemos: hay un 25 por ciento que acepta el espectáculo pero sólo acude a ello un 9. En España va más gente a la ópera que a los toros, por hablar de un espectáculo no mayoritario precisamente, por no un hablar de conciertos de rock o folk, teatro o cine. En Asturies, los asistentes a los campeonatos de bolos llenarían unas cuatro plazas de toros de Xixón y unas ocho quienes van al descenso el Seya. Sin mencionar otros deportes y, en particular, el fútbol.

Los defensores de la tauromaquia también afirman que el movimiento contra este espectáculo es una moda pasajera propia de grupos más o menos antisistema como los ecologistas, los animalistas y la nueva izquierda, muy extremista ella. Algunos, ya con otro tono, hablan de que tras ese movimiento hay una especie de monstruo antiespañol alimentado por partidos separatistas.

Existe un pensamiento y unos posicionamientos antitaurinos desde el siglo XIII, mucho antes de que existieran Amantes de la Tierra, Esquerra Republicana, Podemos o Andecha Astur. Larga es la nómina de relevantes juristas, pintores, militares, filósofos, clérigos, políticos, historiadores y periodistas que nos ha dejado una fructífera heredad. Desde el siglo XV viene argumentándose lo mismo contra la tauromaquia: la crueldad para con los animales, el gasto de dinero público, la mala imagen hacia el exterior y el embrutecimiento social que provoca y significa.

Ahí tenemos las cartas de notables como Gabriel Alonso de Herrera, Luis de Escobar, Francisco de Amaya, Pedro de Guzmán, Hernando de Talavera o el propio Quevedo, para continuar con Goya, José Clavijo, Unamuno, Miguel Hernández, Eugenio Noel, José Vargas Ponce, José María Banco White, Emilia Pardo Bazán, Azorín, Wenceslao Fernández Flórez, Rodríguez de la Fuente, Jesús Mosterín… Pero, históricamente, desde los sectores tauromáquicos se han fraguado todo tipo de complots con el fin de minimizar, silenciar, ridiculizar y desprestigiar al antitaurinismo, ya fuera con la maledicencia y el infundio, como han hecho con Quevedo o con la apropiación de su memoria, que fuera lo que ha pasado con Goya y Miguel Hernández.

Si ha habido un país a la vanguardia del movimiento antitaurino sería Asturies porque, a los cuatro argumentos esgrimidos por todos los autores citados y otros, añade el hecho de que la tradición taurina es inexistente en la cultura asturiana, una cultura en la que no encontramos espectáculos basados en el maltrato y la tortura de animales. Así encontramos al dramaturgo Francisco Bances Candamo, autor de El esclavo en grillos de oro, y también un excelente poeta con gran habilidad para la ironía, que ha empleado para duras críticas a los espectáculos taurinos. ¿Y qué no decir de Benito Jerónimo Feijoo, la figura más destacada de la primera ilustración? Quien fuera vicerrector de la Universidad de Uviéu y autor de obras emblemáticas como Teatro crítico universal y Cartas eruditas y apuestas, fuera también un detractor implacable de la tauromaquia. Lo mismo podemos decir de Clarin, autor de La Regenta, que, siendo concejal votó a favor de derribar la plaza toros, acto que ha calificado de «demostración de la cultura y civilidá de esta ciudad de Uviéu». También habían sido antitaurinos convencidos Palacio Valdés, el escritor realista de La aldea Perdía y presidente del Ateneo de Madrid; y Darío de Regoyos, que ha mostrado severas críticas al sangriento espectáculo tanto en sus lienzos como en los sus escrtitos, como ensu España negra de 1899. Lo mismo podemos decir de Teodoro Cuesta, quien, tras ser invitado a una corrida toros, escribió un poema describiendo el espectáculo y, escandalizado, terminaba con «tal prurito tinía de allexame/de un sitiu onde ensín sangre/nun hay fiesta». Por su parte, el crítico de literatura y arte José Francés se refiere al espectáculo como una lepra taurina que causa emprobecimiento espiritual y cultural. A su vez, mester es recordar a la periodista y escritora María Luisa Castellanos, una pionera del feminismo, la sufragista de Llanes, muerta en el exilio en 1974. Una de las primeras alumnas de la Universidad de Uviéu, de su facultad de derecho, fundadora de la revista Alma Astur y autora de Doña Gaudiosa, un relato sobre la esposa el rey Pelayo en el que revindica a las mujeres de los montañas de su patria, Castellanos ha militado en un profundo antitaurinismo.

Pero el asturiano más destacado del movimiento antitaurino de todos los tiempos fue el illustrado y liberal Jovellanos, el sobresaliente polígrafo xixonista. En su día escribió: «Y el pueblo, almas feroces, se atropella/al funesto espectáculo, en que, ¡oh siglo!,/el hombre se degrada hasta el extremo/de ser juguete y presa de los brutos./Clama, clama por fieras y desdeña/a sus Sénecas, Plautos y Terencios./Así, mísera Iberia, así retrates/a Roma en su barbarie, así desmientes/el siglo de las luces, y eternices/el padrón horroroso de tú infamia». En su Memoria para la reparación de la policía de los espectáculos y diversiones públicas afirma que la tauromaquia no es un espectáculo popular en la mayor parte de España, sino propia de burgos serviles y sín cultura», al tiempo que en países como Asturies es algo extraño y repudiado. Dice: «¿Hay alguna fiesta que tenga la más pequeña relación o la más remota influencia, se entienda que provechosa, en la educación pública? Ciertamente que no se citará como tal la lucha de toros».

Siendo consejero personal de Carlos IV, Jovellanos consiguiera la prohibición de las corridas. «Sostener que en la proscripición de estas fiestas, que por otra parte puede producir grandes bienes políticos, no hay riesgo de que la nación sufra alguna pérdida real, ni en el orden moral ni en el civil, es ciertamente una ilusión, un delirio de la preocupación. Es, por lo tanto, claro que el gobierno prohibiera justamente este espectáculo y que cuando acabe de perfeccionar tan saludable designio, aboliendo las excepciones que aún estan toleradas, será muy acreedor a la estima y a los elogios de los buenos y sensatos patricios». Jovellanos llevó al rey a firmar la prohibición, como ya muy anteriormente Hernando de Talavera, confesor y varón de confianza de Isabel la Católica, la convenciera de perseguir la práctica en Castilla, aprovechando que la reina era desde muy joven hostil a la misma, como lo eran su madre, Isabel de Avis, y su abuela paterna, Catalina de Lancaster.

Es de esperar que las manifestaciones hostiles a la novillada de Cangues d’Onís sigan produciéndose, como la muy concurrida del día 9, acompañada por tres mil firmas contra su celebración. Las pancartas y los mensajes eran claros: «Cangues, novillada ¡no!», «Esta no es nuestra tradición», «Por una imagen digna del concejo»… y hasta «La Santina es antitaurina». Lo mismo pasará en Xixón, como todos los años, aunque las restricciones por causa de la pandemia obligarán a cambios en las formas.

Estas manifestaciones tampoco son una moda pasajera ni un invento el presente. Además de la labor de todas las figuras nombradas anteriormente, el antitaurinismo ha sido un movimiento social y político muy importante en Asturies desde finales del XIX y hasta la última guerra civil. La oposición organizada a los festejos con toros fue muy amplia entre las clases populares y en los sectores más ilustrados del movimiento obrero, siendo, sín duda alguna, la más importante de España y convirtiendo a Xixón en la ciudad más antitaurina junto con Barcelona, seguramente por la gran presencia de liberales, francmasones y anarquistas. En general, fue la sociedad asturiana la punta de lanza del movimiento antitaurino.

Es de destacar la multitudinaria manifestación del 15 de agosto de 1914, día grande de las fiestas de Begoña, delante de la plaza de El Bibio. Según la prensa, asistieron más de cuatro mil personas (Xixón tenía unos 55.000 habitantes), ocupando la cabecera, entre otros, el rector de la Universidad de Uviéu, Aniceto Sela. La marcha fue organizada por la Sociedad Antiflamenquista Cultural de Xixón y apoyada por muchas otras entidades, destacando por su peso en la villa la Asociación Popular de Cultura e Higiene, el Ateneo Obrero y el Grupo de Divulgación Libertaria. Aparte de las intervenciones, hubo merienda popular, suelta de pájaros, plantación de árboles y bailes y canciones populares e infantiles. Se han dado, dice la prensa, gritos con mensajes como «Los obreros contra el flamenquismo», «No a los toros en Asturies», «No son maestros, son asesinos»… Mientras tanto, en la plaza, el vasco Torquito, el madrileño García Malla y el peruano-andaluz Limeño mataban seis toros en un espectáculo que contara también con la muerte de varios caballos de picadores.

La Sociedad Antiflamenquista Cultural, presidida por Narciso Costar, había tenido como inspirador al escritor Eugenio Noel, y fuera creada un año anteriormente tras una conferencia suya en el Centro Instructivo Republicano. En nada más que un año, la entidad ha medrado considerablemente, lo que viene a convulsionar el hondo antiflamenquismo y antitorerismo de la villa, donde los republicanos y el movimiento obrero consideraban el espectáculo algo exótico en su tierra y ajeno para el pueblo y las clases populares, por cuanto era una forma evidente de aculturación y embrutecimiento. Los antiflamenquistas difundían la revista El Rayo, en la que cargaban contra la tauromaquia, pero también contra el deporte de tiro de pichón, del que fuera campeón olímpico Pedro Semillero, marqués de Villaviciosa, y contra el maltrato a las caballerías en las calles de Xixón por parte de los carreteros.

Juan Ignacio Codina, en su libro de 2018 Pan y toros. Breve historia del pensamiento antitaurino español, resumen de su tesis doctoral leida en la Universidad de las Islas Baleares, recoge el riquísimo pasado de Asturies en esta gresca, señalando que hoy en día está sucumbiendo «ante la importante promoción de las corridas de toros impulsada desde las instituciones políticas, sobre todo en los últimos decenios, y la mayor parte de las veces gastando para ello abundantes cantidades de dinero público». Si atisbamos para estos años pasados podemos comprobar la razón que asiste a Codina. Los festejos taurinos estaban agonizando ya a mediados de los setenta pero tuvieran un enorme apoyo para su recuperación con los gobiernos socialistas de Felipe González, destacando en su promoción el entonces poderoso vicepresidente Alfonso Guerra.

En Asturies ocurrió lo mismo, con epicentro en Xixón, aprovechando que las fiestas son en agosto, con más de medio millón de personas en la villa en la semana el 15. Fueron también los socialistas Álvarez Areces y Fernández Felgueroso, fieles al palco taurino, quienes han potenciado y  subvencionado un espectáculo que nunca, a pesar de las condiciones favorables, pasa de mediar la plaza. Cuando el poder municipal recayó en la derecha, con Moriyón en la Plaza Mayor, la cosa continuara, con una alcaldesa también asidua a la orgía de sangre. Evidencia este hecho la superposición de dos estructuras socioculturales. una minoritaria taurina, pero dominante políticamente y otra mayoritaria y antitaurina, pero subalterna (nunca mejor dicho) políticamente. ¿Cómo si no es posible que, de cuatro alcaldes de una ciudad sin afición a la barbarie, tres si tengan esos gustos? Decía el sabio Salomón, en el segundo libro de los reyes que «cuando se mezcla ignorancia y soberbia obtenemos una buena dosis de mediocridad».

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