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Historias del Coronavirus XVIII: cuestión de confianza

  • 25 mayo, 2020

Os presentamos un nuevo capítulo de la intrahestoria coronavírica con una demostración empírica de que aún quedan categorías y que no conviene olvidar que un paisano no es una berza

Nuestro protagonista de hoy sale a la calle después de casi dos meses encerrado, sin ver más que a su mujer y a la nuera que les trae la comida a la puerta de casa casa. Ha Alargado el encierre un poco más de lo que decían en la tele por un batiburrillo de hipocondria inducida, precaución objetiva por edad y condiciones de salud y una cierta vagancia con querencia al sofá. Además, su sidrería no tiene terraza y no ha abierto hasta hoy y si su bar estaba cerrado tampoco había mucho para que salir.

Así que hoy  sale  a la hora el vermouth como si se enfrentara a un ataque bacteriológico, escoltado por su hijo, presente para asegurar que se cumplan todas las prescriptivas medidas de seguridad. Desinfectante en la chaqueta, mascarilla ajustada, las manos en el bolso por que los guantes le dan repelús, sale del ascensor y se lanza al peligro con el mismo valor con el que hace unos años se enfrentaba a la policía en las manifestaciones de la Naval.

Ya en la calle esquiva transeuntes con pericia de piloto, dos metros son poco, si hace falta sale a la carretera para garantizar una distancia más que prudente. Observa desafiante a los vecinos, como si en lugar de simples contagiadores potenciales fueran criminales dispuestos a pegarle una puñalada al mínimo despiste. La distancia se acorta  si son conocidos, lo justo para compartir unas palabras y seguir el camino.

Menos mal que el bar está en la misma calle. Ya en la entrada localiza a Mino, ex compañero de trabajo  con el que  -antes de la pandemia- compartía horas de parque con los respectivos nietos. De inmediato bajan las máscaras, sacan las manos del bolso y se abrazan entre efusiones y palmadas de espalda «Cuanto tiempo, cabronazo, a que te dedicas» «Cuanto tiempo, cuanto tiempo» repiten emocionados.

El hijo-control de seguridad interviene espantado

-¡¡Papa!! ¡la distancia!.

– Calla, no digas memeces-espeta el paisano, sin soltar el hombro de Mino, que guarda la mascarilla para echar un cigarro- ¿No ves que Mino es de confianza?.

 

Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.

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