Historias del Coronavirus VI: Fallos de racord

  • 18 marzo, 2020

Igual que los fallos de racord en las películas -como el avión de Gladiator o las cámaras en los espejos- la realidad nos ofrece interesantes contrastes que no se sabe si atribuir a un fallo del guión o a una mala comprensión de la situación por nuestra parte

Hoy he tenido que hacer mi primer viaje fuera de los límites de mi calle desde el inicio el aislamiento. Que emoción.

Me da cierta cosa salir, en un creais. Y no por el virus, que lo tengo muy asumido, sino por las multas. Al caer la noche ha pasado el helicóptero arrimado a los edificios, por si organizábamos una fiesta secreta o se montaba en el barrio una red de contrabando y por la mañana pasa la patrulla con el megáfono, recordando que no un se puede salir sin justificación, interrogando a los transeuntes y separando reuniones de más de una persona. Creo que inconscientemente vamos asumiendo el estado de guerra y no falta el chivato que se emociona pegando voces «aquella lleva dos horas paseando al perro» «no se pueden sacar niños de casa» «Eh, tú, dónde vas con el pan, que e he visto yo que lo compraba tu mujer por la mañana»; igual es que nos aburrimos mucho.

En esta situación, tengo la impresión de estar cometiendo un delito al meter la llave del coche, con el salvoconducto bien a la vista en el asiento el acompañante, y arrancar. Por suerte, un paseo por Xixón me ha valido para ver que me preocupo a lo tonto, está todo controladísimo y las cuestiones vitales para la ciudadanía están siendo atendidas.

Por ejemplo, los cristales de los escaparates de las tiendas cerradas están impecables, gracias a la imprescindible y abnegada labor de los empleados de las empresas de limpieza, que consideran oportuno no parar estas tan necesarias labores. Lo mismo pasa con las fachadas, que están siendo remozadas y pintadas a conciencia, con especial mención a las obras de La Tabacalera, edificio al que aún no se sabe que finalidad se le dará, pero que es urgentísimo restaurar. Me ha llamado la atención un hombre podando el seto cerca del Molinón, por la cantidad de rama que colmaba la acera debía llevar toda la mañana; sin embargo, no era el único jardinero: la sección completa de cuidado de jardines ´municipal debía estar ayer en la calle, con sus flamantes uniformes del Ayuntamiento Xixón, segando, plantando, limpiando la inmundicia y ordenar zonas verdis de la ciudad. Otros profesionales indispensables que he podido ver han sido dos carteros, uno ciclista de Glovo*, un repartior de publicidad y tres barrenderos. Por supuesto entre todas estas personas, que realizaban tan imprescindibles labores mezclados con paseantes de perros y compradores compulsivos, sumaban un par de guantes y una mascarilla, los del podador.

Da gusto saber que las empresas, y sobre todo el Ayuntamiento, no derrochan nuestro dinero pagando a empleados en casa y sobre todo, que están haciendo todo lo posible para que, quienes salgamos de esta, encontremos todo brillante y bonito.

La frutera de la calle, eso si, mantiene su barricada a dos metros de los clientes y las colas del supermercado mantienen una religiosa distancia de metro y medio entre personas. A la vuelta me para un municipal a leerme la cartilla, porque al parecer me había alejado más de lo correcto para hacer tarea para la que tenía permiso y estaba siendo una irresponsalbe «Los irresponsables como usted nos ponen en riesgo a todos» ha replicado muy digno, respirándome a dos pasos y perdonándome, magnánimo, la multa por pasarme en dos calles del recorrido más breve con el coche para llegar a destino. «Esto lo paramos entre todos».

Seré yo, pero hay algo no me cuadra.

Para más información, Historias del Coronavirus I,II,III,IV y V.

Llucía F. Marqués

*y por dios, aguantaros sin telepizza y sin caprichos a domicilio, que los repartiores lo pasan mal, carajo.

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