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El nacionalismo revolucionario en Europa occidental

  • 4 abril, 2017

Artículo de Historia sobre las nuevas izquierdas independentistas de las décadas de 1960 y 1970.

Javier Cubero de Vicente

Durante los treinta años posteriores a la Segunda Guerra Mundial se produce en Europa occidental un proceso de espectacular crecimiento económico y profunda transformación social. El desarrollo acelerado de la gran industria en detrimento del sector primario (agricultura, ganadería, pesca, etc.) va multiplicar los flujos migratorios, agrupándose un volumen cada vez mayor de población en los barrios periféricos de las ciudades mientras que las zonas rurales empezaban a convertirse en desiertos demográficos. Este contexto de cambio estructural, caracterizado por la descomposición de las formas tradicionales de organización social y la masificación de los bienes de consumo, parecía anunciar la desintegración de las etnicidades en proceso de aminorización. Ante situaciones similares en el pasado, las comunidades étnicas subalternas normalmente plantearon alternativas de tipo conservador o demócrata-cristiano, y algunas veces incluso tradicionalista, como reacción defensiva frente a una Modernidad exogena. Sin embargo en esta ocasión articularon una inesperada respuesta adaptativa a la sociedad urbana e industrial, sustituyendo los elementos arcaizantes de una imposible restauración de la Aldea Primordial por diversos materiales ideológicos procedentes de las corrientes más vanguardistas de la época.

Les nueves generaciones de militantes nacionalistas, ubicadas en centros universitarios y fábricas fordistas, van chocar tanto con las estructuras gerontocráticas de los viejos e inmovilistas partidos nacionalistas como con las organizaciones político-sindicales herederas de la II e III Internacionales Obreras, plenamente integradas en el orden institucional a través del pacto keynesiano. Así en las décadas de 1960 y 1970 surgirá una nueva ola de nacionalismos subestatales que combinarán en su discurso los factores étnico-culturales con la concepción marxista de la lucha de clases. Son los llamados «Movimientos de Liberación Nacional», que van ser fuertemente influidos por los procesos independentistas de las antiguas colonias del Tercer Mundo, que vieron reconocido su derecho a la autodeterminación por la ONU. De hecho estas nueves corrientes van verse reflejadas en espejos antiimperialistas como la Argelia de Ben Bella o la Indochina de Ho Chi Minh, adoptando muchos de sus elementos en su definición estratégica e ideológica. La lucha por la liberación nacional va ser concebida como una fase previa a la revolución socialista en la que una alianza de obreros, campesinos, intelectuales y pequeña burguesía derrocaría al Estado opresor y a la burguesía colaboracionista. Por lo que en muchos casos se estructurarían partidos leninistas de vanguardia en el marco de frentes policlasistas de unidad popular. En esa dirección el maoísmo chino fue una referencia doctrinal especialmente presente en países donde las actividades agropecuarias todavía tenían un peso fundamental en la estructura socioeconómica. Además algunas de estas nuevas organizaciones en su política de «frentes de masas» optaron por la confrontación violenta con el Estado incluyendo tácticas de acción directa y guerrilla urbana.

En ese giro de radicalización izquierdista autores como el lingüista occitano Robert Lafont, que elaboró y difundió el concepto de «colonialismo interno» para explicar las tensiones socioeconómicas del hexágono francés, homologaron las relaciones de integración estructural de los países periféricos en los Estados-Nación europeos con el sistema de dominación colonial que mantenían las metrópolis en ultramar. También tuvieron gran influencia las teorías que el médico martinicano Frantz Fanon expuso en su libro Los condenados de la tierra (1961) sobre la alienación cultural, la interiorización de los prejuicios raciales y el autoodio que fomentaban las autoridades coloniales entre las poblaciones sometidas. Al mismo tiempo va iniciarse una dinámica de recuperación y revaloración de las tradiciones de protesta local con el fin de articular una nueva narrativa histórica que «descolonizase» el pasado del país. En una coyuntura marcada por la agudización general de los procesos de aculturación el nacionalismo revolucionario va convertir la recuperación de la lengua y la cultura autóctonas, identificadas de manera exclusiva con las clases populares ante la asimilación nacional de las elites locales por los Estados, en un elemento central de su proyecto político. Como señalaba Federico Krutwig, un importante ideólogo de ETA, «en el caso vasco es tan revolucionario hablar vascuence (o aprenderlo cuando no se lo domina) como el poner una carga de plástico»[1].

Una de les principales expresiones doctrinales de esta explosión nacionalitaria sería la Carta de Brest, un manifiesto publicado el 3 de febrero de 1974 en el que se llamaba a la lucha conjunta por una Europa socialista de pueblos libres y soberanos. Este documento fue firmados por distintas organizaciones de Irlanda (IRM, federación del Sinn Féin y del IRA oficiales), Gales (Cymru Goch), Bretaña (UDB), Galicia (UPG), Euskalherria (EHAS, por Iparralde, y HASI, por Hegoalde), Cataluña (Esquerra Catalana dels Treballadors, por el norte continental, y PSAN-p, por el sur peninsular), Occitania (Lucha Occitana) y Cerdeña (Su Populu Sardu). Estos movimientos nacionales de izquierda anticapitalista lograron adquirir implantación y protagonismo social en aquellos territorios «donde (…) cubrieron un vacío generacional más o menos pronunciado, donde no existía base social adecuada para un partido nacionalista de centro (Galicia), o bien donde circunstancias de conflicto étnico, social y/o represión estatal crearon un caldo de cultivo adecuado para la reproducción práctica de las teorías de la lucha armada (País Vasco, Irlanda del Norte, Córcega)»[2]. Frente a los partidos tradicionales del nacionalismo subestatal y del movimiento obrero, que en los mejores casos basculaban entre los parámetros del reformismo social y del autonomismo político, mientras que en otros estaban anclados en el conservadurismo clerical o en el estatalismo jacobino, el nacionalismo revolucionario configurará su identidad en términos de ruptura radical tanto con los Estados-Nación como con el sistema capitalista. Así por ejemplo en la Carta de Brest se planteaba que:

La lluita per l’alliberament nacional no és una lluita diferent de la lluita pel socialisme. No es pot dir ni tan sols que la lluita d’alliberament nacional estigui lligada a la lluita d’emancipació social; són una sola i idéntica lluita. La lluita d’alliberament nacional no és més que un aspecte particular que pren la lluita de classes en els països oprimits i sotmesos a una explotació colonial i la lluita pel socialisme pren, per als nostres pobles, la forma d’un alliberament nacional. Arribats en aquest punt volem denunciar els oportunistes de dreta i d’esquerra.

Els de dreta diuen: “primer ens alliberem nacionalment i després establirem el socialisme”. L’Estat és sempre, un instrument de dominació de la classe que es troba al poder. Un Estat per damunt de les classes socials, un Estat sense “caràcter de classe” no pot existir. Aquest Estat sense “caràcter de classe” que els oportunistes de dreta ens volen fer passar, no pot ser altra cosa que la continuació, més o menys disfressada, de la dominació imperialista a través dels seus agents locals, amb una independència purament formal com és el cas d’Irlanda del Sud. Els oportunistes d’esquerra diuen: “establim el socialisme i després el socialisme alliberarà els pobles oprimits”. El socialisme no és una cosa abstracta. S’ha d’adaptar a les condicions específiques de cada país. La història ens ensenya que el pas al socialisme no es va realitzar d’una manera igual en els diversos països avui en dia socialistes (URSS, Xina, Vietnam, Cuba, etc.). Els qui neguem el marc nacional del pas al socialisme afirmen, en la majoria dels casos, el marc dels actuals Estats imperialistes.

L’internacionalisme proletari no significa la negació de l’existència dels diferents pobles sinó la germanor i la igualtat de tots els pobles del món[3].


[1] LORENZO ESPINOSA, José María, Txabi Etxebarrieta. Armado de palabra y obra, Txalaparta, Tafalla (Navarra), 1993, p. 65.

[2] NÚÑEZ SEIXAS, Xosé M., Movimientos nacionalistas en Europa. Siglo XX, Editorial Síntesis, Madrid, 2004, p. 271.

[3] Carta de Brest. Declaració sobre la lluita contra l’imperialisme a l’Europa Occidental, p. 3.

Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.

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